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jueves, 14 de noviembre de 2013

Manuel del Palacio - Blanca

Aunque no va a ser recitada esta noche durante la tertulia, queremos compartir esta preciosa pieza con todo el mundo. Esperamos que la disfrutéis.

Blanca
Historia íntima

I
Hay nombres que retratan; parecía,
Cuando envuelta en su túnica de nieve
Luz a la estancia daba y alegría
La que hoy mi musa a recordar se atreve,
Cisne de pluma leve
Arrojado a la tierra por acaso
En el risueño y apacible día
En que nació el amor; hasta su paso
Era como el del cisne, vacilante,
Por causas que diré más adelante.
¿Dónde la conocí? Lo tengo escrito
En el sagrado libro en que se escribe
Lo ideal, lo sublime, lo infinito,
Lo que nunca se olvida, lo que vive.
En ese panteón de la memoria
Donde, en horas de calma,
Gozamos releyendo nuestra historia
Con los ojos del alma.
Vagaba yo una noche a la ventura
Contemplando del arte los primores,
Por la ciudad, sin par en hermosura,
Que hizo del Arno espejo de sus flores.
Allá, templo vetusto
Dejábame un instante embebecido;
Aquí, gallardo busto
Sobre marmóreo pórtico esculpido.
De Strozzi y del Barchelo
Ya los palacios admirado había;
Perderse vi en el cielo
La torre de la vieja Señoría,
Y de Orcagna en la logia portentosa
Miré, con honda pena,
De Perseo la hazaña valerosa,
Y la angustia cruel de Polisena.
Por calles y callejas extraviado,
Solitario y sin guía,
Más de la mente que del pie cansado,
Mi romántico viaje proseguía,
Cuando un rumor de música liviana,
Fabricada en París, por consiguiente,
Me condujo, venciendo mi galbana,
A una casa, ni nueva ni decente,
Del Corso dei Tintori no lejana.
Rebosaba el portal lleno de gente;
Inquirí, me advirtieron, hallé el modo
De divertirme y descansar un rato,
Y poniendo a pupilo el sobretodo
Di en un baile de máscaras barato.
No lo he de describir: saber os baste
Que era inmenso el salón, y en él reinaba
De miseria y de lujo tal contraste,
Que al dolor y a la risa provocaba.
Sobre la muelle alfombra
Cien parejas danzaban confundidas
Y cien en la penumbra o en la sombra
Cantaban a compás enronquecidas.
Mujeres agradables y discretas
Iban pidiendo amor, dicha o fortuna;
Todas eran alegres y coquetas,
Todas quizá felices... menos una.
En el ángulo oscuro
Del salón que al de baile precedía,
Sentada, y apoyándose en el muro,
La vi al pasar; ni hablaba ni reía.
De su contorno puro
Blanco traje las formas descubría,
Y en antifaz, que la ilusión provoca,
Dos hileras de perlas en su boca.
Acariciando la desnuda espalda
Caían desceñidos los cabellos
Hasta rozar su falda,
Tan rubios y tan bellos,
Cual si fueran de un ángel la guirnalda.
Hízome sitio y me senté a su lado;
Traté de hablar con ella, y un sollozo
Brotando de su pecho acongojado,
Convirtió mi amargura en alborozo.
-¿Sufres, máscara?
                            -Sí-dijo tranquila,
En mí fija un instante
De sus azules ojos la pupila,
Y con el ritmo grato que se estila
En la patria del Dante.
-Sufrir contigo quiero,
Si me dices tu pena...
                                -Desvarío;
Debes ser, por las señas, extranjero:
¿Qué te puede importar el dolor mío?
-Más de lo que presumes...
                                        -Pues, ¿quién eres?
-Un viajero cansado hasta hace poco,
Que no ha visto entre todas las mujeres
Ninguna como tú...
                            -Pareces loco.
-¿Nada tienes que hacer?
                                    -Nadie me obliga.
-¿Serás franca conmigo?
                                     -Seré franca.
-¿Con quién viniste aquí?
                                    -Con una amiga.
-¿Cómo te he de llamar?
                                   -Llámame Blanca.

II

Dulce y pausado penetró en mi oído
De la beldad incógnita el acento
Que vibraba confuso entre el ruido
Semejante al bramido
De turbias olas o de ronco viento.
Alguna que otra vez tiernas parejas
Delante de nosotros desfilaban;
Citas, requiebros, quejas
El espacio de música llenaban,
Mientras cediendo a mi rogar ansioso
Y con su mano trémula en la mía,
De su existencia el velo tenebroso
La máscara a mis ojos descorría.
Cerca de un año hacía
Que abandonó su pueblo del Piamonte,
Y allí, padre y hermanos más pequeños,
Buscando en el artístico horizonte
La realidad de sus alegres sueños.
El baile su afán era,
Y pronto la academia en que estudiaba,
Elevándola al rango de primera,
Un bello porvenir le presagiaba.
Pero antes de llegar, ¡cuántos reproches
Nublaron su ventura!
¡Cuántos días sin pan, y cuántas noches
De fatiga, de insomnio y de amargura!
Escollo la hermosura
Fue para la infeliz en su camino;
Se propuso vencer, y de ardor llena,
Mártir de la virtud y del destino,
Victoriosa por fin... subió a la escena.
No era crecido el sueldo que tenía;
Mas no sólo bastaba
Para vivir humilde cual vivía,
Si no que haciendo cálculos, hallaba
Que muy pronto una parte
Iba el llanto a enjugar de los que amaba;
¡Qué gloria para el alma y para el arte!
Calló Blanca, y su frente
Doblóse como herida por el rayo;
Brilló una perla en la pupila ardiente,
Y volviendo después de su desmayo,
-Llévame a respirar-dijo doliente.
Su brazo enlacé al mío,
Y como tiembla en el rosal la hoja
Cargada de rocío,
Comenzamos a andar... Yo sentí frío...
Todo lo adiviné... Blanca era coja.
-¿Comprendes mi dolor?-murmuró triste.
Yo la atraje con fuerza a mi costado,
Y entre una risa aquí y acullá un chiste,
Cruzamos el salón iluminado.
Poco después, serena,
Me refirió su dolorosa cuita;
¡Cuánto conmueve el corazón la pena
De una mujer bonita!
-Se ensayaba la escena encantadora
De un baile muy reciente,
Que se titula El Carro de la Aurora...
-¿Y eras la Aurora tú?
                               -Naturalmente.
Entre nubes el carro aparecía,
Tirado por querubes,
Y yo en el carro atravesar debía
La transparente gasa de las nubes.
Hícelo así; pero en mi raudo vuelo,
Mal seguro, sin duda, el andamiaje,
Con querubes y carro vine al suelo,
Enredada en los pliegues de mi traje.
No era grande la altura,
Pero al ponerme en pie lancé un gemido;
Aquella torcedura,
Muerte más que dolor para mí ha sido.
-¿Qué dicen los doctores?
                                     -Poco o nada:
Que el tiempo y muchos baños
Darán fuerza a la parte lastimada,
Si vivo sin bailar dos o tres años.
Y hace ya casi un mes, y yo no duermo,
Y oigo a mi alrededor dulces mentiras,
Y me llama mi padre, que está enfermo,
Y debo cerca de trescientas liras.
-Mas, ¿no tienes amigos?
                                     -Tuve algunos,
Que de su amor me hicieron mil alardes;
En la ventura les juzgué importunos,
Frente a frente del bien fueron cobardes.
-¿Y qué resolverás?
                            -No lo concibo;
Me empuja al precipicio la primera
La misma anciana en cuya casa vivo,
Y antes que dar en él morir quisiera.
-Te afliges sin motivo;
¿No tienes madre?
                           -¡Ay, Dios, si la tuviera!...
-Blanca, jura que es cierto
Cuanto me acabas de decir.
                                        -Lo juro
Por las ocultas lágrimas que vierto;
No tiene la verdad sello más puro.
-Pues bien; el baile acaba,
Y vienen a buscarte tus amigas;
Es preciso que hablemos.
                                    -Lo anhelaba;
Haré sin vacilar cuanto me digas.
Buscando una esperanza aquí he venido,
Y ella la angustia de mi pecho arroja;
Plaza del Arno, diez; allí su nido
Tiene la pobre coja.
-Mañana te veré, y hasta mañana
Ningún pesar te apene.
-Me tendrás esperando en la ventana,
Simpático español.
                           -Bella italiana,
No he de olvidarte; ¿y tú?,
                                      -Ti voglio bene.

III

Guarda la vida, en su rodar constante,
Horas de anhelo grato,
De dulce paz, de angustia delirante,
De calma o de arrebato.
Horas que son un siglo y un instante
Conforme nos redimen o condenan,
Y en cuyo fondo lúgubre germinan
Las flores que fascinan,
Los frutos que envenenan.
¿Quién de ellas no ha bebido
El calmante o la hiel? Yo las evoco
Sacándolas del polvo del olvido
En que yacen ha tiempo sepultadas,
Y las del porvenir estimo en poco,
Gozando en recordar las ya pasadas.
Una entre todas, bella y seductora,
Mi atención solicita;
La recuerdo muy bien: era la hora
Que de mi Blanca precedió a la cita.
Juguete de amoroso desvarío,
Como si del Edén fuera al encuentro,
Por ancha calle que divide el río
De la plaza del Arno llegué al centro.
No turbaron mi vista las mansiones
Que en rededor se alzaban,
Cuyos negros y antiguos torreones
Su perfil en el cielo dibujaban;
Pues como si de antorcha me sirviera
El rayo de la luna bendecida,
De un modesto balcón tras la vidriera
Su vaga sombra iluminó en seguida;
Salvé la calle, y pronto la escalera
Crujió bajo mi planta decidida...
Sus manos, que el postigo me entreabrieron,
A mis manos después se entrelazaron,
Y aunque nada los labios se dijeron,
Algo los ojos en secreto hablaron.
Ya en su cuarto, sencillo y elegante,
Del color de su falda, blanco y rosa,
Al reflejo de lámpara brillante
Pude mirarla a mi placer: ¡qué hermosa!
De virgen parecióme su semblante,
Su andar de ninfa, su esbeltez de diosa,
Y, marco a tan espléndida belleza,
Brillaba y atraía
La aureola de encanto y de pureza
Que en torno de su faz se difundía.
-Siéntate junto a mí, Blanca-la dije,-
Y aleja de tu alma
Ese pesar que sin razón te aflige;
Preludio es la tormenta de la calma.
-Tú fuistes el primero
-Me replicó-que el límite sagrado
Traspuso de ese umbral; noble y sincero
En acciones y frases te he juzgado,
Y qué piensas de mí saber espero.
-Pienso que eres un ángel...
                                         -Y deseas
Que lo deje de ser...
                              -Si tu destino
Obstáculos no pone a tus ideas,
No seré yo quien tuerza tu camino.
Dos son los que a la vista
Te muestra el porvenir, y escoger debes:
Has muerto para el arte como artista,
Tienes que ser mujer; ve si te atreves.
De un camino a la entrada
Te sonríe el amor; senda de flores,
Donde acechan el fin de la jornada
Placeres y dolores.
Como tesoro oculto a la mirada
Brillarán escondidos tus fulgores,
Y en la vigilia inquieta
De noches deliciosas o sombrías,
Un hombre, y si tú quieres un poeta,
Te arrullará con dulces melodías.
-¿Y ese hombre?...
                            -Está a tus pies.
                                                    -Si me decido,
¿Qué durará tu amor?
                                -A nadie engaño;
Puede vencer al tiempo y al olvido,
Pero puede morir antes de un año.
-¿Nunca la eternidad?
                               -Nunca la esperes;
Uno de tantos nombres
Con que engaña el demonio a las mujeres,
Y a su vez las mujeres a los hombres.
-De modo que si, incauta, yo te amara
No sabiendo olvidar...
                                -Fuera mal hecho,
Y acaso yo también lo lamentara...
-¿Me queda otro camino?
                                    -Sí; el derecho.
Torna al valle feliz en que naciste
Y te esperan tu padre y tus hermanos;
Cuéntales que al caer sólo caíste
Desde la altura de tus sueños vanos.
Allí tu vida correrá dichosa,
Y, cuando el caso llegue,
Gozarás del amor y de la prosa,
Con un gañán que te ame o que te pegue.
-Prefiero, aunque te espante,
Morirme en mi rincón de hambre o de hastío,
A ir de uno en otro amante,
Querida al fango, desdeñada al río.
En el primer sendero
Me ofrece protección tu mano franca,
Mas yo busco el segundo, y no el primero;
¿Quién hacia él me guiará?
                                       -Yo también, Blanca.
-¿Tú?
         -¿Lo dudas?
                          -No sé; siento una pena
Y un placer a la par, que estoy temblando...
¡Me cuesta tantas lágrimas ser buena!...
-¿Cuándo piensas partir?, responde, ¿cuándo?
-Pero, ¿es verdad?
                           -Ni suellas ni deliras;
Tu gusto a hacer me inclino;
Toma.
          -¿Qué es esto?
                                -Las trescientas liras,
Que al punto pagarás.
                                -¡Cielo divino!
-Me lo dijiste anoche,
Y sé que tus apuros eran grandes.
¿Quieres irte mañana? Vendré en coche
Para llevarte al tren.
                              -Lo que tú mandes.
-Pues basta de llorar; déjalo todo,
Y dispón el tocado y la maleta.
¿Recelas ya de mí?
                           -De ningún modo;
-Pero, ¿quién eres tú?
                                -Soy el poeta.

IV

Cuando al andén de la estación salimos
Iban las ocho a dar; el tren partía
A las ocho y minutos; distinguimos
Un coche de primera, en el que había
Dos señoras o tres; y-¡Aquí!-dijimos.
Puso Blanca en su sitio el equipaje,
Y, atrayéndome a sí con furia loca,
Saltó otra vez al suelo,
Mientras su fresca boca
Murmuraba en patético lenguaje:
-¡Cómo te voy a amar!
                                 -¿Dónde?
                                              -En el cielo.
Sonó a punto el «¡Partenza!»; ella, dudando,
Sobre mi pecho reclinó la frente;
Yo la abracé callando;
Se unieron nuestros labios dulcemente;
Acercóse la máquina silbando,
Y un ¡Adiós! escuché largo y doliente.
En tanto que, arrastrándose en la vía,
Volaba el monstruo de cabellos rojos,
Un lienzo en él flotando se veía;
Lo conocí; tenía
La cifra humedecida por mis ojos.
Hoy, en la soledad que me rodea,
Lejos de cuantos amo,
Pensando en la quietud de aquella aldea,
Ave dormida, desperté al reclamo.
¿Qué habrá sido de Blanca? Yo lo ignoro;
De su hermosura envuelta entre las galas,
Mariposa de amor, con alas de oro,
Tocó mi sien, sin profanar sus alas.
¿Será feliz? Misterios del acaso.
¿Será que en la tristeza se consume?
Yo sólo sé que el vaso
Fue digno del perfume.

1887.

Manuel del Palacio

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