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viernes, 13 de febrero de 2015

Frank Herbert - Dios emperador de Dune

Dios Emperador de Dune

«Todas las rebeliones son corrientes y extremadamente aburridas. Todas están copiadas del mismo modelo, y todas se parecen la una a la otra. Su fuerza motriz es la adicción a la adrenalina y el deseo de adquirir poder personal. Todos los rebeldes son pequeños aristócratas. Por eso puedo transformarlos con tanta facilidad».

«Los radicales siempre ven las cosas en términos excesivamente simplistas: blanco y negro, bien y mal, ellos y nosotros. Al tratar los asuntos complejos de este modo, destrozan toda posible aproximación abriendo paso al caos. El arte del buen gobierno, como tú lo llamas, es el dominio del caos».

«Forzar el resultado es el modo más seguro de perder lo que más aprecio en ella replicó Leto. Debe venir a mí con todas sus fuerzas intactas».

«Los coetáneos no habitan todos el mismo tiempo. El pasado cambia siempre, pero pocos se dan cuenta».


«Por mucho que busquemos la verdad, el conocimiento de ella en uno mismo suele ser desagradable. Y no sentimos simpatía alguna hacia el que nos la dice».

«—Hablo de observaciones acumuladas que me aseguran que la postura pacífica es la postura del derrotado. Es la postura de la víctima. Y las víctimas invitan a la agresión».

«Yo, en cambio, pienso que las palabras me son útiles cuando me proporcionan un atisbo de lugares atractivos, que están por descubrir. Pero el empleo de las palabras está pésimamente comprendido por una civilización que todavía cree incuestionablemente en un universo mecánico de absoluta relación de causa y efecto... evidentemente reducible a una única causa-origen y a un primario efecto seminal».

«—Te sorprenderías, Moneo, de lo mucho que emerge de los pensamientos ociosos. A mí nunca me ha importado dedicar un día entero a cosas que otra gente pensaría en un instante».

«—Hay una época, Leto, una época en la que se está vivo. Una época en la que uno tiene que estar vivo. Y tiene un hechizo mágico esa época, mientras se está viviendo, porque uno sabe que ese tiempo no volverá jamás».

«Leto guardó silencio: Debo tener paciencia. Tienen que descubrirlo por sí solos. Si soy yo quien lo dice, no lo creen. ¡Piensa, Duncan, piensa!».

«No puedo andar entre mis semejantes sin llamar la atención. Ya no soy uno de vosotros. Estoy solo. ¿Amor? Mucha gente me ama, pero mi aspecto les mantiene apartados de mí. Estamos separados, Siona, por un abismo que ningún otro ser humano se atreve a cruzar».

«—Juegos de sentimientos; muy acertado —asintió Moneo—. Los sentimientos del Dios Emperador son como un río: plácidos  y suaves cuando nada los obstruye, violentos y furiosos a la menor insinuación de una barrera. No hay que ponerle traba alguna».

«He visto bastante y he hecho bastante He abierto la puerta de sus dudas. ¡Qué vulnerables son en su ignorancia!».

«—¿Y qué ocurre cuando piensas como un Fremen?
—Recuerdas que no hay que estar jamás en compañía de alguien con quien no se desee morir».

«—Moneo, ¿por qué insistes en  sacar piezas de la continuidad? —preguntó Leto—. Cuando contemplas el espectro, ¿deseas acaso un color por encima de todos los demás?».

«La mayoría de las civilizaciones se basan en la cobardía. Resulta tan fácil civilizar enseñando cobardía. Se diluyen los niveles que conducen a la valentía. Se refrena la voluntad. Se regulan los apetitos. Se vallan los horizontes. Se dicta una ley para cada movimiento. Se niega la existencia del caos. Se enseña a respirar despacio incluso a los niños. Se domestica».

«—Os ha embrujado – replicó Moneo acusador.
—Sí, Moneo, y cuánto me alegro de ello. Si negamos la necesidad del pensamiento, como algunos hacemos, perdemos la facultad de reflexión, y no podemos definir aquello de lo que nos informan los sentidos. Si negamos la carne, perjudicamos al vehículo que nos transporta. Pero si negamos la emoción, perdemos contacto con nuestro universo interno. Son las emociones lo que yo más añoraba».

«Buscarán la verdad, mas la verdad siempre acarrea la ambigüedad de las palabras que se emplean para expresarla».

«—Espero no haber ofendido a mi Señor —dijo Moneo.
—Al contrario, me has divertido mucho. Pero no te llames a engaño. Últimamente no soy capaz de separar lo cómico de lo triste.
—Perdonadme, Señor —murmuró Moneo.
—¿Qué es este perdón que siempre pides? ¿Precisas siempre un juicio? ¿Es que tu universo no puede simplemente limitarse a ser?
Moneo levantó la vista hasta el pavoroso rostro enmarcado en su cogulla. Él es a la vez la tormenta y la nave. El ocaso existe en sí mismo. Moneo intuía que se hallaba al borde de aterradoras revelaciones. Los ojos del Dios Emperador le taladraban, abrasándole, explorando.
—Señor, ¿qué deseáis de mí?
—Que tengas fe en ti mismo.
Temiendo que algo estallase en su interior, Moneo se atrevió a decir:
—Entonces, el no haberos consultado antes de...
—¡Qué percepción la tuya, Moneo! Los pusilánimes que ansían el poder sobre los otros destruyen primero la fe que esos tienen en sí mismos».

«—Entre lo sobrehumano y lo inhumano, poco espacio me ha quedado para poder ser humano. A ti te doy las gracias mi gentil y dulce Hwi, por este pequeño espacio».

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