EL DOS DE MAYO
¡Oh!
¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
del
hondo mar, alborotado brama;
las
esplendentes glorias españolas,
su
antigua prez, su independencia aclama.
Hombres,
mujeres vuelan al combate;
el
volcán de sus iras estalló:
sin
armas van, pero en sus pechos late
un corazón
colérico español.
La
frente coronada de laureles,
con el
botín de la vencida Europa,
con
sangre hasta las cinchas los corceles
en cien
campañas, veterana tropa,
los que
el rápido Volga ensangrentaron,
los que
humillaron a sus pies naciones,
sobre
las pirámides pasaron
al
galope veloz de sus bridones,
a
eterna lucha, a desigual batalla,
Madrid
provoca en su encendida ira,
su
pueblo inerme allí entre la metralla
y entre
los sables reluchando gira.
Graba
en su frente luminosa huella
la
lumbre que destella el corazón;
y a
parar con sus pechos se atropella
el rayo
del mortífero cañón.
¡Oh de
sangre y valor glorioso día!
mis
padres cuando niño me contaron
sus
hechos ¡ay! y en la memoria mía
santo
recuerdo de virtud quedaron.
«Entonces
indignados, me decían,
cayó el
cetro español pedazos hecho;
por
precio vil a extraños nos vendían,
desde
el de Carlos profanando lecho.
La
corte del monarca disoluta,
prosternada
a las plantas de un privado,
sobre
el seno de impura prostituta,
al
trono de los reyes ensalzado.
Sobre
coronas, tronos y tiaras,
su
orgullo solo, y su capricho ley,
hordas,
de sangre y de conquista avaras,
cada
soldado un absoluto rey,
fijo en
España el ojo centelleante,
el
Pirene a salvar pronto el bridón,
al rey
de reyes, al audaz gigante,
ciegos
ensalzan, siguen en montón».
Y
vosotros, ¿qué hicistéis entre tanto,
los de
espíritu flaco y alta cuna?
Derramar
como hembras débil llanto
o
adular bajamente a la fortuna;
buscar
tras la extranjera bayoneta
seguro
a vuestras vidas y muralla,
y
siervos viles, a la plebe inquieta,
con
baja lengua apellidar canalla.
¡Canalla,
sí, vosotros los traidores,
los que
negáis al entusiasmo ardiente,
su
gloria, y nunca visteis los fulgores
con que
ilumina la inspirada frente!
¡Canalla,
sí, los que en la lid, alarde
hicieron
de su infame villanía,
disfrazando
su espíritu cobarde
con la
sana razón segura y fría!
¡Oh! la
canalla, la canalla en tanto,
arrojó
el grito de venganza y guerra,
y
arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó
las cadenas de la tierra:
del
cetro de sus reyes los pedazos
del
suelo ensangrentado recogía,
y un
nuevo trono en sus robustos brazos
levantando
a su príncipe ofrecía.
Brilla
el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena
el cañón y el grito castellano
de independencia
y libertad responde.
¡Héroes
de mayo, levantad las frentes!
Sonó la
hora y la venganza espera:
Id y
hartad vuestra sed en los torrentes
de
sangre de Bailén y Talavera.
Id,
saludad los héroes de Gerona,
alzad
con ellos el radiante vuelo,
y a los
de Zaragoza alta corona
ceñid
que aumente el esplendor del cielo.
Mas
¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan
lágrimas
de entusiasmo y de alegría,
y el
alma atropellados alborotan
tantos
recuerdos de honra y valentía,
negra
nube en el alma se levanta,
que
turba y oscurece los sentidos,
fiero
dolor el corazón quebrante,
y se
ahoga la voz entre gemidos?
¡Oh
levantad la frente carcomida,
mártires
de la gloria,
que aún
arde en ella y con eterna vida,
la luz
de la victoria!
¡Oh
levantadla del eterno sueño,
y con
los huecos de los ojos fijos,
contemplad
una vez con torvo ceño
la
vergüenza y baldón de vuestros hijos!
Quizá
en vosotros, donde el fuego arde
del
castellano honor, aun sobre vida
para
alentar el corazón cobarde,
y
abrasar esta tierra envilecida.
¡Ay!
¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
de
tanta sangre y bárbaro quebranto,
de tan
heroica lucha y tanto anhelo,
tanta
virtud y sacrificio tanto?
El
trono que erigió vuestra bravura,
sobre
huesos de héroes cimentado,
un rey
ingrato, de memoria impura,
con
eterno baldón dejó manchado.
¡Ay!
Para herir la libertad sagrada,
el
príncipe, borrón de nuestra historia,
llamó
en su auxilio la francesa espada,
que
segase el laurel de vuestra gloria.
Y vuestros
hijos de la muerte huyeron,
y esa
sagrada tumba abandonaron,
hollarla
¡oh Dios! a los franceses vieron
y
hollarla a los franceses les dejaron.
Como la
mar tempestuosa ruge,
la losa
al choque de los cráneos duros
tronó y
se alzó con indignado empuje,
del
galo audaz bajo los pies impuros.
Y aún
hoy hélos allí que su semblante
con
hipócrita máscara cubrieron,
y a Luis
Felipe en muestra suplicante,
ambos
brazos imbéciles tendieron.
La vil
palabra ¡intervención! gritaron
y del
rey mercader la reclamaban;
de
vuestros timbres sin honor mofaron
mientras
en su impudor se encenagaban.
Tumba
vosotros sois de vuestra gloria,
de la
antigua hidalguía,
del
castellano honor que en la memoria
sólo
nos queda hoy día.
Hoy esa
raza, degradada, espuria,
pobre
nación, que esclavizarte anhela,
busca
también por renovar tu injuria
de
extranjeros monarcas la tutela.
Verted
juntando las dolientes manos
lágrimas
¡ay! que escalden la mejilla;
mares
de eterno llanto, castellanos,
no
bastan a borrar nuestra mancilla.
Llorad
como mujeres, vuestra lengua
no osa
lanzar el grito de venganza;
apáticos
vivís en tanta mengua
y os
cansa el brazo el peso de la lanza.
¡Oh! en
el dolor inmenso que me inspira,
el
pueblo entorno avergonzado calle;
y
estallando las cuerdas de mi lira,
roto
también, mi corazón estalle.
JOSÉ DE ESPRONCEDA
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