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«¡Esto, por ejemplo, amigo mío!: lo triste
es que nuestro espíritu toma tan de buen grado la forma del corazón extraviado,
conserva tan a gusto la tristeza fugaz, que el pensamiento mismo, que debía ser
quien sanara los dolores, se pone él también enfermo, que el jardinero se rasga
a menudo la mano en los rosales que debía plantar. Esto hace que muchos
hombres, como Orfeo, hayan sido tenidos por locos por otros que, si no,
hubieran sido gobernados por ellos. Esto ha hecho a menudo que las más nobles
naturalezas sirvieran de escarnio a las gentes que andan por las calles; éste
es el escollo para los favoritos del cielo, que su amor es potente y delicado,
como su espíritu, que las olas de su corazón se agitan con más fuerza y más
deprisa que el tridente con que el dios de los mares las gobierna, y por eso,
¡amigo mío!, nadie debe sentirse por encima de los demás».
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«¡Cómo odio, por el contrario, a todos esos
bárbaros que creen ser sabios porque ya no tienen corazón, a todos esos
monstruos groseros que matan y destruyen de mil modos la belleza juvenil con su
mezquina e irracional disciplina!».
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«Quien se limite a aspirar el perfume de
esta flor mía no llegará a conocerla, pero tampoco la conocerá quien la corte
solo para aprender de ella».
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«También resulta descorazonador contemplar
a vuestros poetas, a vuestros artistas y a todos aquellos que se preocupan
todavía del genio y aman y cultivan lo hermoso. ¡Pobrecillos! Viven en el mundo
como forasteros en su propia casa, son como el paciente Ulises cuando, con
aspecto de mendigo, estaba sentado ante su propia puerta, mientras los
insolentes pretendientes alborotaban en el salón y preguntaban: “¿Quién nos ha
traído a ese vagabundo?”
En el pueblo alemán, los discípulos de las musas crecen
llenos de amor, de espíritu y de esperanza; los ves siete años más tarde y
andan errantes como sombras, silenciosos y fríos, son como un terreno que el
enemigo ha sembrado de sal para que en él no crezca nunca más ni una brizna de
hierba; y cuando hablan, ¡ay de aquél que les comprende, que en sus titánicos
asaltos y en sus tretas proteicas solo ve la lucha desesperada que su hermoso
espíritu destruido lleva a cabo contra los bárbaros con los que él tiene que enfrentarse!».
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«Dejaba con gusto que cada cual expresara
sus opiniones y sus errores. Yo me había convertido, pero no quería convencer a
nadie más, solo me resultaba triste ver que la gente creía que yo no rechazaba
sus bufonadas porque las tenía en tan alto aprecio como ellos mismos. No quería
someterme a todas sus necesidades, pero trataba solo de evitarlas cuando podía.
“¡Al fin y al cabo son su alegría”, pensaba, “y viven de ellas!”
Incluso llegaba a menudo a participar, a colaborar, y aunque
permanecía entre ellos indiferente, desprovisto de todo entusiasmo, nadie lo
notaba, nadie echaba nada en falta, y si les hubiera dicho que me disculparan
se habrían quedado parados, se habrían admirado de mis palabras y hubieran
preguntado: ¿pero qué nos has hecho?... ¡Qué delicados!”».
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«Yo había crecido como una cepa sin tutor,
y mis sarmientos silvestres se extendían por el suelo sin dirección precisa. Tú
sabes cuantos nobles impulsos se pierden en nosotros porque no los empleamos.
Yo andaba errante como un alma en pena, aferrándome a todo, siendo aferrado por
todo, pero siempre por un momento, y mis fuerzas, inútiles, se agotaban en
vano. Sentía que en todas partes me faltaba algo, y sin embargo, no lograba
encontrar mi meta. Así fue como él me encontró».
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«“No puedes convencer a nadie”, le dije
entonces con íntima devoción; “tú persuades, seduces a los hombres antes de
abrir la boca; cuando hablas no es posible la duda, y el que no duda no puede
ser convencido”».
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«Solo cuando cantaba se reconocía a la
amada silenciosa, que tan poco gustaba de expresarse con palabras.
Entonces, solo entonces, aparecía la divina taciturna en
toda su majestad y encanto; entonces exhalaba de sus finos labios bermejos un
como mandamiento de los dioses, entre oración y caricia. ¡Cómo se agitaba el
corazón con aquella divina voz, cómo aparecía todo lo grande y lo humilde, toda
la alegría y la tristeza de la vida, embellecida por la nobleza de aquellos
acentos!
Como la golondrina que atrapa las abejas en pleno vuelo, así
se apoderaba ella siempre de todos nosotros.
No era ni placer ni admiración, era la paz del cielo la que
se derramaba sobre nosotros.
Mil veces se lo he dicho y me lo he dicho a mí mismo: lo más
hermoso es también lo más sagrado. Y así era todo en ella. Como su canto, así
era su vida».
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«Aquel alma era mi Leteo, mi sagrado Leteo,
donde bebía el olvido de la existencia; cuando estaba ante ella, como un
inmortal, me desvanecía alegremente, y como tras una pesadilla tenía que reírme
de todas las cadenas que me habían oprimido.
¡Oh, con ella me habría convertido en un hombre feliz,
excelente!
¡Con ella! Pero no fue así, y ahora vagabundeo por lo que
hay en mí y ante mí y más lejos, y no sé qué debo hacer de mí y de las demás cosas».
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«Se dice que una loba amamantó a niños que
habían sido arrancados del pecho de la madre y arrojados al bosque.
Mi corazón no ha tenido tanta suerte».
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«Construyo a mi corazón una tumba para que
pueda descansar en ella; me encierro en mí mismo como una larva, porque afuera
solo hay invierno; me protejo de la tormenta con los recuerdos más felices».
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«Es increíble que el hombre tenga miedo de
lo más hermoso, pero así es».
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«“Me he vuelto demasiado ocioso”, me decía,
“demasiado amante de la paz, demasiado etéreo, demasiado indolente… Alabanda
mira al mundo como un noble piloto. Alabanda es activo y busca en la ola su
presa; ¿y tus manos duermen en tus rodillas?, ¿y con palabras quisieras tener
bastante?, ¿y con fórmulas mágicas quieres conjurar al mundo? Pero tus palabras
son como copos de nieve, inútiles, y solo enturbian el aire, y tus voces
mágicas son para los creyentes, pero los incrédulos no te escuchan… ¡sí!, ¡ser
manso a su debido tiempo es muy hermoso, pero ser manso a destiempo es feo,
porque es cobarde!... ¡Oh, Harmodio, yo quiero ser como tu mirto, como tu mirto
donde se escondía una espada! No quiero que mi ociosidad haya sido en balde, y
mi sueño ha de ser como aceite cuando se le acerca la llama. No quiero ser un
espectador cuando haya que actuar, no quiero andar de aquí para allá, preguntando
por las novedades cuando Alabanda reciba sus laureles”».
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«Solo quien actúa con toda el alma no se
equivoca nunca».
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«El hombre no puede disimular que hubo un
tiempo en que fue feliz como los ciervos del bosque, y a pesar de los
incontables años transcurridos, se apunta todavía en nosotros la nostalgia por
los días de aquel mundo originario en que todos recorrían la tierra como
dioses, antes de que no sé qué domesticara a los hombres, cuando todavía les
rodeaban por todas partes no muros y maderas muertas, sino el alma del mundo, el
aire sagrado».
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«¡No, por la sagrada Némesis! Me ha pasado
lo que tenía que pasarme, y debo soportarlo y lo soportaré hasta que el dolor
me arranque el último resto de conciencia».
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«Amigo, estoy tan tranquilo, pues no quiero
tener nada mejor que lo que tienen los dioses. ¿No debe sufrir todo lo que
existe, y más profundamente cuanto más excelso es? ¿No sufre la sagrada
naturaleza? ¡Oh, mi divinidad, que tú puedas estar tan triste como feliz, es
algo que durante mucho tiempo no pude comprender! Pero el bienestar sin
sufrimiento es sueño, y sin muerte no hay vida. ¿Querrías ser eternamente como
un niño y dormitar como la nada? ¿Renunciar al triunfo? ¿No recorrer la escala
de los perfeccionamientos? ¡Sí, sí! el dolor es digno de habitar en el corazón
humano y de emparentarse contigo, ¡oh naturaleza! Porque solo él conduce de un
placer a otro, y no hay más compañero que él...».
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