Desintegración
► «—Me pregunto por qué este distrito siempre parece
tan sórdido, incluso en las raras ocasiones en las que uno se encuentra una
plaza o una avenida solitarias. Supongo que es por el olor; después de todo, no
es por nada que las llamamos las calles apestosas. No obstante, aunque los
edificios son más modestos que los que vemos en otros distritos, conservan las
gráciles formas que nuestros antepasados tallaron en la roca viva.
Los maestros se detuvieron para dejar pasar a una
araña, con patas tan largas como espadas, que cruzaba la calle. Era de todos
sabido que en el Braeryn vivían auténticas hordas de tales criaturas sagradas.
Sagradas o no, Pharaun repasó mentalmente la lista de hechizos de los que
disponía, sin embargo el arácnido no prestó atención a los drows disfrazados.
—Es una consideración estúpida —espetó Ryld—. ¿Por
qué el Braeryn parece tan repugnante? ¡Por sus habitantes!
—Ah, ¿pero ha sido el rechazo de nuestra sociedad lo
que ha generado la atmósfera de este distrito, o acaso desde el principio existía
aquí un espíritu maligno que ha atraído a estos desgraciados?
—A mí no me hables de metafísica. Todo lo que sé es
que alguien debería limpiar esta zona de carroñeros.
Pharaun se rió entre dientes.
—¿Y si te dijera que ya se hizo cuando tú no eras
más que un mocoso?
—No me refiero a exterminarlos, excepto los casos
perdidos, pero ¿por qué permitimos que vivan aquí, en su propia porquería, como
una llaga purulenta en la ciudad? ¿Por qué no les buscamos una ocupación?
—Pero si ya son útiles. El estatus lo es todo,
¿verdad? Lo cual implica que ningún menzoberranio puede sentirse satisfecho si
no tiene alguien al que mirar con desprecio.
—Tenemos esclavos.
—No sirven para eso. Si predicas que también ellos
deben sentir respeto por su propia existencia, estás reconociendo de manera
tácita que tú mismo sólo eres un poco mejor que un esclavo. Por suerte las
calles apestosas están atestadas de populacho que se muere de hambre, seres
asquerosos, sin un penique, plagados de enfermedades, que viven hacinados
veinte o treinta en una sola habitación y, no obstante, teóricamente son
libres. El más humilde plebeyo de Hacinas o incluso de Myr Este puede mirarlos
por encima del hombro con petulancia».
► «Seguro de que nadie lo oiría en medio del barullo
ambiental, Ryld acercó su cabeza a la de Pharaun y le dijo:
—Creo que no es más que una fiesta.
—¿Ves que celebren algo? —El nuevo rostro porcino de
Pharaun mostraba la nariz y un colmillo rotos—. Yo creo que no. Armarían mucho
más jaleo. Observa a esas hembras goblins charlando y pasándose una botella
—Pharaun señaló con la cabeza a un trío de mugrientas y patizambas criaturas de
rostro chato y frente muy inclinada—. Están expectantes. Si siguen igual de
atolondradas cuando acabe la reunión, tal vez hallemos consuelo por nuestras
frustraciones en sus peludos brazos.
Ryld lanzó un resoplido, totalmente convencido de
que su amigo bromeaba… pero de pronto estuvo menos seguro.
—No me digas que has tenido relaciones con una
goblin.
—Un verdadero estudioso busca siempre nuevas
experiencias. Además, ¿De qué sirve ser un elfo oscuro, un señor de la Antípoda
Oscura, si no explotas en todos los aspectos a las razas inferiores?».
► «El mal, al igual que el caos, era una de las
fuerzas fundamentales de la creación, presente tanto en el macrocosmos del
ancho mundo como en el microcosmos de las almas individuales. Mientras que el
caos generaba posibilidad e imaginación, el mal engendraba fuerza y voluntad.
Por él, los seres sensibles aspiraban a las riquezas y el poder; les permitía
someter, asesinar, robar, engañar y, en definitiva, hacer lo necesario para
mejorar su situación sin sentir jamás ni una punzada de remordimiento.
Así pues, al mal se debía la existencia de la
civilización y de cualquier gran hazaña realizada por cualquier héroe de
cualquier época. Sin el mal, los pueblos del mundo vivirían como animales. Era
asombroso que tantas razas, cegadas por falsas religiones y filosofías,
ignoraran una verdad tan evidente. Por el contrario, los elfos oscuros habían
basado su sociedad en el mal, y éste era uno de los factores que explicaban su
superioridad respecto a todas las demás razas.
Paradójicamente, no obstante, una pizca del corazón
de pura negrura de ese poder, el más oscuro de todos, podía ser letal, al igual
que el reconfortante calor del fuego llevado al extremo era destructor. Incluso
los pueblos que adoraban al mal por lo general no eran capaces de aprehender el
infinito y abrasador mar de maldad que rugía por debajo del mundo material y
más allá de él. Desde luego era mejor así, pues incluso un fugaz atisbo
transmitiría secretos demasiado grandes y temibles para una mente común. El
simple contacto podía aniquilar la cordura e incluso la identidad. Conscientes
de la amenaza, la mayor parte de los hechiceros no osaban contemplar
directamente esa fuerza y preferían tratar con el mal a través de
intermediarios, es decir, los demonios y los espíritus que lo encarnaban».
Insurrección
► «“Ejercer el poder siempre requiere este toque
sutil”, se recordó Triel cuando el grupo se dispersó y se fueron a sus casas
por caminos separados. “Como una fusta, si la sacudes con demasiado vigor,
acabas rompiéndola en el esclavo al que intentas espolear”».
Condenación
► «Lo malo de una traición que
abarca todo un campo de batalla —pensó— es que uno no puede estar en todas
partes para saborear el momento en su totalidad».
Extinción
► «Somos como arañas que reaccionan ante el temblor de
la telaraña. Cuando pensamos que tenemos la presa a nuestra merced, atacamos».
Aniquilación
► «Era la más fuerte. Se había dado más banquetes que
ningún otro ser vivo. Había matado más que ningún otro. Había aniquilado a
todos los que la rodeaban y ni siquiera se había molestado en devorar sus
cadáveres antes de arremeter contra los más alejados del combate.
Era la más fuerte. Lo supo cuando otro sucumbió a
sus poderosas mandíbulas. Era la que destacaría a través de la matanza y el
dominio.
Era la más fuerte.
Los demás lo supieron también muy pronto.
Por eso estaba muerta.
En el caos había inteligencia y finalidad. En el
hambre y la matanza había una causa común. Ella era la más fuerte, y los
mataría o los dominaría por completo, de modo que todos se unieron y le
arrancaron sus ocho patas y la devoraron antes de revolverse unos contra otros.
Otro empezó a destacar a través de la muerte y de
los espantosos ataques.
También este sucumbió ante la causa común.
La prueba mortal siguió adelante. El más fuerte
murió, pero el más astuto prevaleció. Los manipuladores permanecieron, los que
ocultan su fuerza más allá de lo necesario para matar al oponente de turno.
Los que dieron un paso adelante y estuvieron por
encima del tumulto murieron.
A lo largo de los milenios, había reconocido a los
que eran más fuertes que ella, y los había convencido de que, si no se sometían
a su poder, morirían. La fuerza no está relacionada con el tamaño de los
músculos, sino con el poder de la astucia.
En el frenesí del alumbramiento, en el fragor de la
matanza, estos rasgos se preparan el terreno para la victoria.
Encontrar el momento en que la fuerza individual
superaba al poder colectivo para derrotarlo.
Intrigar en plena batalla para destruir a los que
eran más fuertes.
Y para algunos, admitir la derrota antes de caer en
el olvido, huir y sobrevivir, nuevos demonios del caos que corren libremente por
las llanuras y al final sirven al vencedor.
Los números menguan. Los de la izquierda crecen en
poder y tamaño.
Cada uno de ellos acechado y vigilado, decidiendo
quién debía morir antes de que ella pudiese reinar con carácter absoluto,
maniobrando en el caos para provocar ese final deseado.
Los que estaban movidos por un apetito voraz ahora
están muertos.
Los que estaban movidos por un mero afán defensivo
ahora están muertos.
Los que estaban movidos por el orgullo vano ahora
están muertos.
Los que estaban movidos por el instinto de
supervivencia están muertos o han huido.
Los que estaban movidos por la astucia
permanecieron, sabiendo que solo uno sobrevivirá al final.
A todos los demás solo les quedarían la esclavitud o
el olvido. No había otras posibilidades.
Del mismo modo que había manejado a los mortales que
la servían como a los que la temían, de la misma manera que había manejado,
incluso, a otros dioses a lo largo de los siglos, de igual forma, ella controló
su renacimiento. Esta fue la demostración de su voluntad.
No podía ser de otro modo».
► «―Ah ―dijo el mago―, o sea que yo te digo el gran
secreto y a cambio tú me cuentas otro pequeñito.
―No hay secretos pequeños ―dijo la semisúcubo―,
cuando eres tú quién está a oscuras».
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