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domingo, 27 de octubre de 2013

Citas de Harem, de Colin Falconer

—«Miró a su alrededor, mientras fingía ocuparse de su aseo. Nunca había dejado de asombrarle la variedad de tonalidades de la carne. Hasta que llegó allí no se había dado cuenta de lo inmenso que era el mundo y de lo diferentes que podían llegar a ser las personas. Cabello, pezones, piel, ojos. La profusión de formas y colores era espléndida.
Había gediçli de apretados rizos negros y piel de caoba; jóvenes griegas de ojos oscuros y cabellera peinada en millares de rizos; circasianas de áureos cabellos, ojos azules y pezones como capullos rosados; muchachas egipcias de largo perfil aristocrático y mamelones del color de ciruela majada; jóvenes persas con el pelo del matiz de la noche y ojos tan profundos y oscuros como pozos.
¡Y tantas formas! Mientras derramaba otra vasija de agua sobre su cuerpo y simulaba no estar pendiente de las demás se comparó en silencio con las otras chicas. Unas tenían pechos de tinte claro, voluminosos, surcados por venitas azules igual que madres lactantes, pensó Hürrem, salvo que sus vientres eran lisos y tersos. Había pechos como lágrimas, apenas botones recién brotados; muchas de las huríes del harén eran jovencitas que acababan de alcanzar la pubertad, de pechos duros, firmes, rozagantes, imposiblemente lozanos y apretados. Hürrem bajó la vista para observar su propio cuerpo, cenceño y menudo como el de un chico, y se preguntó por qué la habrían elegido para llevarla a aquel lugar».
Harem, Colin Falconer



—«Grifos de oro vertían agua caliente en la bañera de mármol. Cuerpos desnudos, alabastro, café y ébano, cuerpos goteantes, entraban y salían de las brumas. Gediçli negras con diáfanas camisas de baño cogían agua de la bañera en recipientes chapados en oro y la derramaban sobre la cabeza de las muchachas. El chasquido de la carne al chocar contra el cálido mármol resonaba en la cavernosa bóveda.
Hürrem estaba encaramada en la piedra umbilical, una enorme losa en forma de hexágono que un horno invisible calentaba desde abajo. Dejaba que Muomi le enjabonase la espalda con densa espuma para enjugarle después la cabeza y los hombros con agua caliente. Las otras jóvenes pasaban junto a ella, vuelta la cabeza hacia otro lado, acaso inducidas por la envidia, pensaba Hürrem, aunque lo más probable fuese que desviasen la vista a causa del miedo.
Hürrem se rindió a los duros nudillos de Muomi, que le trabajaban los músculos de la espalda. Después la emprenderían con el estómago y los muslos. No podía permitirse allí envejecer y engordar. En aquel nido de serpientes no podía hacerlo ninguna chica que no tuviese afilados colmillos».
Harem, Colin Falconer



—«La muchacha de piel color avellana separó los muslos de la otra y, con gesto despreocupado, sus dedos trazaron una línea alrededor de la ingle y, luego, separaron con suavidad los labios de la vulva. Julia oyó que la otra muchacha dejaba escapar un gemido y murmuraba una palabra en tono extático que no entendió. La egipcia se acercó más, su dedo anular empezó a moverse despacio y Julia comprendió que lo tenía dentro de la otra joven.
¡Corpo di Dio! ¡Otro ultraje, otra imagen del infierno! Las dos muchachas captaron el leve grito sorprendido de Julia y la menuda egipcia se volvió y le dirigió una sonrisa burlona. La de piel blanca echó hacia atrás la cabeza y su larga cabellera trenzada rozó el borde de la bañera de mármol. Al tiempo que emitía un jadeo, levantó del mármol las posaderas y acercó la entrepierna, para que los dedos de la egipcia se le hundieran más».
Harem, Colin Falconer



—«El kislar aghasi se encontraba en la celosía que dominaba el hammam. Se echó a llorar.
Preferiría que me destrozasen en el potro antes que pasar por esto, pensó. Que me atravesaran con hierros al rojo, que me flagelasen con látigos rematados por puntas de hierro, antes que sufrir esto. Si tuviese valor, me habría quitado la vida hace mucho tiempo. ¿Qué diablo de todos los infiernos habría ideado una tortura tan refinada como la de desposeer a un hombre del medio para amar a una mujer, pero dejándole el deseo, un deseo tan intenso y tan poderoso como el que experimentaba en su juventud?
La luz entraba a través de los centenares de pequeñas ventanas redondas abiertas en la alta cúpula abovedada. En la atmósfera del hararet reinaba una neblina formada por los difusos rayos del sol, el vapor del agua y el aliento de centenares de mujeres. Éstas permanecían tendidas sobre caldeados sofás de mármol o en los bordes de las bañeras, dedicadas a trenzarse el pelo unas a otras, desnudas por completo, salvo por los camisones de tul; algunas se metían en el agua, en cueros vivos, para echarse agua sobre los pechos o para tenderse con languidez en la tibieza clara del agua, mientras reían, cotilleaban o cantaban.
A través de las nubes de vapor, vio la borrosa silueta de Julia, que entraba en los baños. Vio también que se le acercaba otra muchacha que cruzó el agua y la abrazó.
Los dedos del kislar aghasi se cerraron alrededor de la reja de la celosía y apretaron el hierro con fuerza, impulsados por un arrebato de frustración.
Mejor haber muerto.
Y ahora la veneciana.
Ahora eso».
Harem, Colin Falconer



—«Julia se había inmunizado contra la indolencia del hammam. Ya no le turbaba ver a tantas mujeres juntas, sin las restricciones que la sociedad y la proximidad de los hombres les imponían. Aquí se bañaban dos muchachas, se enjabonaban y se acariciaban la una a la otra sin sentirse en absoluto cohibidas; allá, otras dos jóvenes, encaramadas al borde de un sofá de mármol, se examinaban una a otra minuciosamente en busca de vello que depilar. Otras chicas se mantenían solas, desnudas o cubiertas sólo con camisas de baño de tul, dedicadas a mirar con aire ocioso por las ventanas, a limpiarse los dientes con piedra pómez, a pellizcarse la nariz o a frotarse la entrepierna, sin inhibiciones.
Había pequeños cubículos independientes del hararet  en los que las odaliscas podían tenderse sobre losas de mármol caldeadas para que las gedliçli aplicaran masaje a sus cuerpos con aceites perfumados y les afeitaran brazos, piernas y pubis. Julia encontró allí a Sirhane, echada boca abajo en el mármol, con su largo y esbelto cuerpo brillante a causa de la transpiración y del vapor».

Harem, Colin Falconer

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