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viernes, 13 de febrero de 2015

Nicolás Fiks — Diario de un maníaco depresivo

«En cuanto alguien sobresale del resto se transforma en un árbol que se erige hacia dimensiones que los demás no pueden alcanzar.
Allí permanece solo, con frutos que nacen y mueren intermitentemente; las raíces se ocultan; proyecta sombra a los que observan desde abajo e, inevitablemente, es víctima de algún hacha dispuesta a talarlo sin piedad».

«La ventaja de cometer un error dos veces es que uno aprende a cometerlo correctamente».

«Contrariamente a lo que muchos afirman, escribir no me libera sino que me encadena aún más a mis defectos.
Plasmar en un papel todos los temores, inseguridades, vicios y sueños malogrados no es una terapia apropiada, pues ya no sólo experimento en la práctica mis desgracias, sino que lo hago además en la teoría».

«Todo me parece estúpido, falto de interés y previsible; todo se me presenta como perecedero, rutinario e hipócrita.
Pese a no ver salida por ningún lado, me muestro seguro en cada uno de mis actos, como si en verdad me dirigiera hacia algún horizonte.
Esta mañana la madre de un amigo resaltó mi fortaleza para superarme. Estuve tentado de decirle que mi objetivo, si en verdad poseo alguno, es ver hasta dónde puedo caer, hasta qué límite se puede llegar sin perder la cordura. Mi rumbo es descendente en todos los aspectos y si la gente no lo interpreta de esa manera es porque sus aspiraciones se hallan tan debajo de las mías que creen que estoy ascendiendo».

«Para ceder a algunas tentaciones se requiere más fortaleza que debilidad».

«Mi sentimiento de asco hacia el populacho es extremo. Debo armarme de mucho valor para no vomitar cuando ciertos seres osan explayarse.
No es que me crea superior, sino que los demás practican la vulgaridad a la perfección».

«No es que tenga nada personal contra Jesús o contra el cristianismo en general. Lo que sucede es que si se quiere ser rebelde, sí o sí se debe atacar a la Iglesia. En cuanto esa religión se derrumbe, apuntaré mis dardos a quien la reemplace.
Yo odio al dios que la gente ama».

«Durante muchos años le escapé al sexo. Consideraba que ese grotesco acto era digno de orangutanes; inmunda sinfonía de gruñidos atemperada por alguna ocasional muestra de afecto.
Desde que llegué a México me es imposible escapar de él, pues cada vez que intento manifestar mi aversión, una entrepierna de mujer me obliga a utilizar mi lengua con fines menos intelectuales».

«Cena en casa de G. Sus hermanos, infantes insoportables, me acosaron con preguntas idiotas durante toda la velada… traté de hacer un esfuerzo sobrehumano y responder también cosas idiotas».

«No tener misericordia de nadie, forzar los límites, darle la vuelta a todo, no por osadía sino por hastío; hablar de amor en los momentos de odio y resaltar las ventajas de la soledad cuando nuestra apatía comienza a capitular.
Igual, ¿qué más da? Si no le temo a Dios, mucho menos le temeré al juicio de los hombres».

«El amor para mí es una diversión, un pasatiempo. Las personas ociosas son las únicas privilegiadas de experimentar grandes pasiones, de embarcarse en rosadas aventuras para luego, cuando el fiel hastío haga su majestuosa aparición, dejar a su momentáneo objeto de culto en el mismo lugar en donde lo halló. Al fin y al cabo los corazones fueron hechos para destrozarse».
«Después de todo, ¿a quién pueden interesarle mi dolor o mis temores? ¿Quién sería tan masoquista como para soportar a un pobre hombre acorralado por la vida que arrastra la desesperación junto a él como si fuese su sombra?
Cuando todo el romanticismo de la melancolía pierde su olor y se transforma en un agudo dolor visceral, cuando somos incapaces de abrazar a nuestra pareja pues se nos nubla la vista ante cada sensación y sentimos vértigo mientras ella nos asegura que nos ama, todo idilio novelesco se va al diablo, y el héroe que ella admiraba se metamorfosea en un sujeto derrotado que se precipita desde el podio para revolcarse en el estiércol de la resignación».

«La gente empieza a dar buenos consejos cuando ya no puede dar malos ejemplos».

«Esforzarse hasta límites inimaginables para alcanzar la cima, y luego, una vez en ella, lanzarse nuevamente al abismo con un grito desesperado».

«“La genialidad será perversa o no será” —escribió un comentarista acerca de mi último libro. Me gustaría ser perverso sin la molesta presencia del genio que todo siempre lo arruina».

«El gusto por la decadencia no tiene nada que ver con erigirse en el papel de víctima. Tampoco es la búsqueda de tragedias o el anhelo de tristezas, por el contrario, es apreciar las inevitables contrariedades de la vida, embriagarse con la desesperación que se halla oculta detrás de todos los objetivos consumados; es sumirse en la más abismal oscuridad y hacer crecer allí inmaculadas flores.
El artista decadente debe llegar a los extremos de cada sensación, de cada experimento que realice con sus semejantes; él sonríe, ironiza y aunque la melancolía nunca lo abandona, continuará su rumbo, disfrutándolo, pues hacia la nada lo conduce.
Ostenta ideas, juega con ellas: confunde, persuade, se contradice. No hay fin en sus teorías, sino medios, exquisitos medios que son como un onanismo literario.
El no ama, se hace amar… y ése es su triunfo».

«Hay momentos en los que debemos elegir qué camino elegir. La típica rebeldía de la pubertad ya quedó sepultada en el pasado y uno, supuestamente experimentado y maduro, debe dar un giro a su vida. En el futuro inmediato se vislumbran compromisos maritales, el trabajo, la familia y una actitud acorde que es el fruto del desarrollo natural de la existencia.
El redil siempre aguardará ansioso la llegada de otra oveja descarriada, y el buen pastor, sonriente, dirá: “Sabía que éste era tu lugar. Aquí estarás en compañía de tus hermanos y bajo mi atenta mirada. Bienvenido”.
Sin embargo, yo tengo una noticia, Señor Pastor: antes que el redil prefiero el abismo, pues allí seré libre para morir en medio de mi júbilo o de mi desesperación, mientras que en compañía de mis hermanos, cada alegría y dolor que experimente se confundirá con las de ellos: seremos muchas ovejas y un solo grito, y yo prefiero ser muchos gritos en una solitaria oveja».

«Una chica me dice que soy su héroe y su modelo a imitar. Lo más triste es que lo afirma convencida, cree en verdad que yo puedo ser algo para emular. Si los que piensan así estuvieran un solo día en mi lugar, desearían arrancarse la lengua y encerrarse a perpetuidad en un convento para purgar semejante osadía».

«Es cierto, soy un pobre hombre, un condenado que se pasea por el cadalso… Pero sonrío, y esa sonrisa es la manifestación absoluta de mi libertad».

«Mandé un poema, en donde descargo maldiciones contra todos los escritores de mi país, a una revista. La editora aceptó gustosa su publicación, y me dijo, a través de una carta, que cree en la libertad de expresión sin ofender a nadie.
¿Esta señora habrá leído el mismo poema que yo? ¿Cómo puede publicarlo si la columna vertebral del mismo es justamente ofender a todos?
Perplejo, me resigno a mi suerte: escribir con serias intenciones destructivas y recibir a cambio la benevolencia de quienes atacamos, es una cabal muestra de nuestro ocaso literario.

Si los enemigos nos comprenden, todo está perdido».

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