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viernes, 13 de febrero de 2015

Oscar Wilde - De profundis

«De sobra sabías lo que para mí significaba mi arte: el medio glorioso por el cual yo me había manifestado, primero a mí mismo, y después al mundo. La gran pasión de mi vida, el amor junto al cual todas las demás manifestaciones del amor eran como agua cenagosa junto al vino escarlata o como un gusano de luz en el pantano junto al mágico reflejo de la luna».

«El decirle a alguien una cosa que, ni siente, ni ha de comprender, no tiene finalidad ninguna».

«La felicidad, la vida de placer y el triunfo pueden ser de exterior áspero y de esencia vil; el dolor es lo más sensible del mundo. No hay nada en el mundo espiritual que no pueda alcanzar el dolor, con su pavorosa y sutilísima pulsación; pulsación, en comparación con la cual resulta grosera la laminilla de oropel que señala la dirección de las fuerzas que la vista no puede percibir. El dolor es una herida que sangra en cuanto la roza cualquier mano que no sea la del amor, y que sangra, aunque ya sin sufrir, cuando ésta la toca».

«Donde hay dolor es lugar sagrado. Algún día comprenderá la Humanidad lo que esto significa. Hasta entonces, nada se sabe de la vida».

«La moral no puede ayudarme. Soy por esencia antinomista, y formo parte de aquellos para quienes no rezan las reglas, sino la excepción. Mas, a la par que comprendo que lo que uno hace no es nunca nocivo, comprendo que el mal puede existir en aquello que uno va siendo, y el conocimiento de esta verdad puede ser un gran auxilio.
La religión no puede ayudarme. Así como otros creen en lo que no pueden percibir, yo, en cambio, sólo creo en aquello que me parece ver y tocar. Mis dioses habitan templos construidos por la mano del hombre y mi evangelio se cierra y perfecciona dentro de la esfera de la verdad experimental. Y tal vez con exceso, pues, como la mayoría de los que buscan su cielo en esta tierra, yo he hallado en ella por igual la belleza del cielo y los horrores del infierno. Cuando pienso en la religión, siento que me gustaría crear una Orden para los que no pueden creer: se la podría llamar Comunidad de los incrédulos. Ante un altar en que no ardiese ningún cirio, un sacerdote, cuyo corazón no supiese de paz, celebraría con pan sin consagrar y un cáliz sin vino. Todas las cosas para ser verdaderas, han de convertirse en religión. Y la doctrina de los agnósticos habrá de tener su ritual, cual todas las creencias. Ha sembrado sus mártires; debería, por lo tanto, cosechar santos y agradecer diariamente a Dios el haberse ocultado a las miradas de los hombres. Pero lo mismo la fe que el agnosticismo, nada en mí puede ser exterior. Es preciso que yo mismo cree sus símbolos. Sólo es trascendente lo que modela su propia forma. Si no me es dado hallar en mí su secreto, jamás lo encontraré, y si ya no lo tengo, jamás lo volveré a tener.
La razón no puede ayudarme. Me dice que aquellas leyes de que fui víctima son injustas y han sido vulneradas, y que el sistema bajo el cual yo he sufrido está vulnerado y es injusto. Mas de algún modo habré de arreglármelas para que ambas cosas sean para mí justas y buenas. E igual que en el arte sólo se preocupa uno de lo que es un objeto determinado en un determinado momento, así sucede con la evolución ética del carácter. Mi tarea consiste, pues, en hacer que cuanto me ha sucedido me sea beneficioso».

«Recuerdo haber dicho que creía poder soportar una verdadera tragedia, siempre que se me presentase con un manto de púrpura o la careta del verdadero dolor; pero lo terrible de la vida moderna es que, por el contrario, oculta la tragedia bajo el disfraz de la comedia, con lo cual las grandes realidades cotidianas aparecen grotescas o sin estilo. Esto tiene su razón de ser. Probablemente siempre hubo de acontecer lo mismo en la actualidad de todos los tiempos. Se ha dicho que al espectador todos los martirios le parecían viles: el siglo XIX no ha de ser una excepción».

«No hay error mayor que el creer que aquello que causan o provocan las grandes tragedias tiene sus sentimientos al unísono de éstas, y el esperarlo de ellos es el más funesto de todos los errores».

«Tú no podías saber, no podías comprender, no podías darte cuenta. Nada me daba derecho a esperarlo de ti».


«La sociedad, tal y como la hemos ordenado, no me reserva ningún puesto, ni puede brindarme ninguno; pero la naturaleza, cuya dulce lluvia cae lo mismo sobre los justos que sobre los pecadores, tendrá en las rocas de sus montañas alguna hendedura en que me pueda refugiar y valles ocultos en cuyo silencio me sea dado llorar libremente. Ella hará que la noche se pueble de estrellas, para que yo, en el destierro, pueda caminar seguro en las tinieblas. Y hará que el viento borre las huellas de mis pasos, para que nadie pueda perseguirme y dañarme. Lavará mis faltas en la inmensidad de sus aguas y me curará con sus hierbas amargas».

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