A un amigo
muerto
Rico,
noble, feliz, enamorado,
pródigo
de talento y de alegría,
amigo
caro me llamaste un día,
y
placer y amistad hallé a tu lado.
Del
mundo por el piélago agitado,
los dos
corrimos sin timón ni guía,
sin
esperar de la tormenta impía
pesadumbre,
ni susto, ni cuidado.
Luego,
en vez del amor y la ventura,
te dio
el martirio su temida palma,
siendo
el sepulcro fin a tu amargura.
¡Duerme
tranquilo en paz, cuerpo sin alma!
¡Dichoso
aquel que encuentra en el altura,
tras la
deshecha tempestad, la calma!
1860
Manuel del Palacio
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