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martes, 5 de noviembre de 2013

Octave Mirbeau - El jardín de los suplicios (fragmentos)

«Tal y como me había informado el capitán, miss Clara regresaba a la China después de haber repartido el verano entre Inglaterra para sus intereses, Alemania para su salud, y Francia para sus placeres. Miss Clara me confesó que Europa cada vez le inspiraba más disgusto. No podía soportar sus costumbres mezquinas, sus modas ridículas, sus gélidos paisajes. ¡Ella solo se sentía feliz y libre en la China! Mostraba un porte muy decidido, una existencia excepcional, a veces charlaba sin ton ni son, otras veces, con una intensa sensación de las cosas, con una alegría febril llevada hasta lo extravagante. Era sentimental y filosófica, ignorante e instruida, y cándida, misteriosa, con lagunas... fugas... caprichos incomprensibles y voluntades terribles. Me intrigó en gran medida, por más que uno pueda esperar cualquier cosa de la excentricidad de una inglesa. Y, desde el primer momento, yo, que en cuestión de mujeres solo había conocido a las chicas ligeras de París y, cosa peor, a mujeres políticas y literarias, no dudé ni por un momento de que podría conquistar fácilmente a aquella, y me propuse aderezar con ella mi viaje de una manera imprevista y sugerente. Pelirroja, con un cutis luminoso, su risa estaba siempre a punto de sonar en sus labios rojos y carnosos. Era realmente la joya del barco, y como el alma de aquel navío en marcha hacia la loca aventura y la libertad edénica de los países vírgenes, los trópicos de fuego... era nuestra Eva de los paraísos maravillosos, flor también ella, flor de embriaguez, fruto sabrosos del eterno deseo. Yo la veía errar y saltar entre las flores y los frutos de oro de los jardines primordiales, ya no con aquel moderno vestido de piqué blanco, que ceñía su cintura flexible e hinchaba su busto, semejante a un bulbo, potente de vida, sino en el esplendor sobrenatural de su bíblica desnudez».

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